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martes, 10 de septiembre de 2013

RICHARD NIXON: EL INTROVERTIDO AVIDO DE PODER.


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José Garcia garciagarciajr@gmail.com  




< La humillación, la debilidad, las necesidades se combaten, dice ella. < Se disimulan, comprende él. < ¡Hay que afrontar las cosas>, proclama ella. , es lo que repiquetea en el entendimiento del niño. Más allá de las palabras, también discrepan estos dos universos. Carente de discernimiento, Hannah contribuye a bloquear a Richard Nixon. Lo convierte en un introvertido.
    Pero conveniente puntualizar el matiz. Un introvertido ávido. Que empleará su voluntad para enriquecerse, lo cual para él significa afirmarse. Por su trabajo escolar, consigue una beca en la Facultad de Derecho de la Universidad Duke. Pero su nuevo diploma de joven abogado no es un < Ábrete, Sésamo>. Las puertas de los grandes despachos de asuntos neoyorquinos permanecen cerradas ante este aventurero que procede del Oeste. En América, como en todas partes, existe la selección social. Y los elegidos del dios dólar defienden con firmeza sus privilegios. ¡Pobre del que intente penetrar sin ayuda en sus cuarteles! Amargado, y no cabe reprochárselo, Richard Nixon regresa, pues, a California. Allí, por lo menos, siempre hay sol. Fue lo mismo que se dijo su padre al abandonar Ohio. Se apoderan de Richard pensamientos sombríos. ¿Será necesario afrontar la sociedad mediante el empleo de la fuerza, al modo y estilo de los revolucionarios románticos? O bien contornear sus defensas, lo cual es tolerado. Entrando en contacto con los que emplean desvíos y no son cotizados, con elementos que preconizan la astucia, y no el asalto. Nixon se zambulle de lleno en estos tejemanejes hasta el año 1946.
    Los que lo frecuentan por entonces, lo describen como marrullero, mentiroso, descarado, desconcertante, impenetrable. Les debe su apodo, , Ricardo el Cuco, un verdadero estandarte. A este lobezno, solamente le quedaba por encontrar un buen coto de caza. Su andadura cruza de su banquero que recluía jóvenes candidatos a la Cámara de Representantes para los republicanos. Ante Nixon, cuyo espíritu parece ya cerrado con candado, se abre de este modo la vida extrovertida de los políticos. Una auto meditación embriagadora. Sin embargo, sabemos lo que valen los remedios empíricos: benéficos a veces, a larga se convierten en veneno.
        Mediante un doble timo moral señala y marca su ingreso en la política. Aspira a un escaño de diputado por California, en 1946. Otro candidato está ya en la carrera. Jerry Voorhis, cuarenta y cinco años, liberal moderado, anticomunista notorio. Antas que enfrentarse a él lealmente, Nixon desea  prefiere abatirle, tumbarle, ¿Y qué arma elegir, sino la calumnia, que es la más eficaz manejada hábilmente? Víctima de su rabia furiosa, por entonces todavía aterciopelado, el desgraciado Voorhis es acusado de filo comunista. Niega, se debate. Cuanto más protesta, tanto más se hunde. ¿No es lo propio de los es esconder su adhesión al partido? Voorhis ya no podrá rehacerse. Ha sido aplastado. Y ya está elegido Nixon.

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